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La mujer de los cabellos de oro





Había una mujer muy extraña pero muy guapa que tenía unos largos cabellos de oro tan finos como el oro hilado. Era joven y huérfana de padre y madre, vivía sola en el bosque y tejía en un telar hecho con negras ramas de nogal. El bárbaro hijo del carbonero trató de obligarla a que se casara con él y, en un intento de quitárselo de encima, ella le regaló unos cuantos cabellos de oro. Pero él no sabía ni le importaba saber que el oro que ella le había dado no tenía valor monetario sino espiritual, por lo que, cuando intentó vender los cabellos en el mercado, la gente se burló de él y lo tomó por loco. Enfurecido, regresó de noche a la casita de la mujer y con sus propias manos la mató y enterró su cuerpo a la orilla del río. Durante mucho tiempo nadie se percató de su ausencia. Nadie se interesó ni por su casa ni por su salud. Pero, en su tumba, la melena de oro de la mujer iba creciendo. Los hermosos cabellos se ondulaban en espirales que subían a través de la negra tierra y se enroscaban alzándose cada vez más hasta que su tumba quedó cubierta por un campo de ondulantes cañas doradas.
Los pastores cortaron las curvadas cañas para construirse flautas y, cuando las tocaban, las flautitas cantaban sin parar:
Aquí yace la mujer de los cabellos de oro
asesinada y encerrada en su tumba,
muerta por el hijo del carbonero
porque ansiaba vivir.
Y así fue como el hombre que le arrebató la vida a la mujer de los cabellos de oro fue descubierto y conducido ante la justicia y, de esta manera, los que vivían en las salvajes florestas del mundo tal como hacemos nosotros pudieron sentirse nuevamente seguros.
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Aunque en el cuento se hacen exteriormente las consabidas advertencias sobre la necesidad de tener cuidado en los solitarios lugares del bosque, el profundo mensaje interior es el de que la fuerza vital de la bella mujer salvaje personificada por su cabello sigue creciendo, viviendo e irradiando una sabiduría conciente a pesar de haber sido enterrada y obligada a callar. Los leit motivs del cuento son probablemente fragmentos de un cuento mucho más largo y antiguo que debía de girar en torno a la muerte y resurrección de una divinidad femenina.
El fragmento es muy bello y valioso y, además, nos dice algo acerca de la naturaleza de los secretos y tal vez incluso qué es lo que se mata en la psique cuando la vida de una mujer no es debidamente valorada. En el cuento, el asesinato de la mujer del bosque es un secreto y la mujer es el símbolo de la kore, la fémina que no quiere casarse. Este aspecto de la psique femenina es aquello que desea mantenerse aislado. Se trata de un solitario misticismo de carácter positivo, pues la kore está entregada a la tarea de clasificar y tejer ideas, pensamientos y afanes.
Esta reservada mujer salvaje es la que sufre más graves lesiones como consecuencia de los traumas o de la ocultación de un secreto. Se trata de este sentido integral del yo que no necesita tener demasiadas cosas a su alrededor para ser feliz; de este corazón de la psique femenina que teje en el bosque con un telar de negra madera de nogal y se siente en paz.
Nadie en el cuento se sorprende por la ausencia de esta vital mujer, lo cual no es nada insólito ni en los cuentos de hadas ni en la vida real. Las familias de las mujeres muertas en “Barba Azul”, tampoco acuden en busca de sus hijas. Desde un punto de vista cultural, no es necesaria ninguna interpretación. Lamentablemente, todas sabemos lo que eso significa y muchas mujeres, demasiadas, han tenido ocasión de conocer directamente ese desinterés. Muy a menudo la mujer que oculta secretos tropieza con la misma respuesta. Aunque la gente intuya que su corazón está traspasado, puede que, de manera voluntaria o bien deliberada, no vea su herida.
Sin embargo, parte del milagro de la psique salvaje consiste en que, por mucho que se “mate” a una mujer, por mucho que se la hiera, su vida psíquica sigue adelante y aflora a la superficie de la tierra, donde vuelve a brotar con su emocionado canto. El mal cometido se comprende de una manera conciente y entonces la psique inicia la tarea de la restauración.
Qué curioso, ¿verdad?, que la fuerza vital de una mujer pueda seguir creciendo aunque ella esté aparentemente muerta. Es la promesa de que, incluso en la más anémica situación que quepa imaginar, la salvaje fuerza vital mantendrá vivas nuestras ideas y su proceso de desarrollo seguirá bajo tierra, aunque sólo durante algún tiempo. En su momento, se abrirá paso escarbando hacia la superficie. Esta fuerza vital no permitirá que se olvide lo ocurrido hasta que se revele el paradero y las circunstancias de la muerte de la mujer enterrada.
Tal como hacen los pastores del cuento, ello exige exhalar el aliento e introducir el soplo del alma o pneuma a través de las cañas para, de esta manera, poder conocer la situación de la psique y lo que hay que hacer a continuación. Ésta es la función de la voz. Después se tendrá que seguir escarbando.
Aunque algunos secretos son tonificantes -por ejemplo, los que se utilizan como parte de una estrategia para alcanzar un disputado objetivo o los de carácter gozoso que se guardan por el simple placer de saborearlos-, los secretos vergonzosos son muy distintos. Entre ambos hay una diferencia tan grande como la que existe entre una condecoración y un cuchillo ensangrentado. Los secretos vergonzosos se tienen que sacar a la superficie y ser confesados a seres humanos compasivos y generosos. Cuando una mujer guarda un secreto vergonzoso, experimenta un remordimiento y una tortura muy grandes. Todo el remordimiento y la tortura que amenazan con abatirse sobre la mujer en caso de que revele el secreto, se abaten sobre ella de todos modos, aunque no le diga nada a nadie, pues éstos la atacan desde dentro.
La mujer salvaje no puede vivir en esta situación. Los secretos vergonzosos hacen que una persona se sienta acosada. No puede dormir porque el secreto vergonzoso es como un cruel alambre de púas que se le clava en las entrañas cuando intenta escapar. Los secretos vergonzosos son destructivos no sólo para la salud mental de una mujer sino también para sus relaciones con la naturaleza instintiva. La Mujer Salvaje excava en la tierra para sacar las cosas a la superficie, las arroja al aire y las persigue. No entierra y olvida. Y, en caso de que entierre algo, sabe qué y dónde lo ha hecho y no tardará en desenterrarlo.
Ocultar un secreto vergonzoso es algo que trastorna profundamente la psique. Los secretos estallan en la materia de los sueños. Un analista tiene que ir a menudo más allá de lo que es patente y a veces incluso más allá del contenido arquetípico de un sueño para poder comprender que, de hecho, el sueño está proclamando a voces precisamente el secreto que la persona no puede o no se atreve a revelar en voz alta.
Cuando se analizan algunos sueños, se descubre que éstos se refieren a unos sentimientos profundos y amplios que el sujeto no puede expresar en la vida real. Algunos de estos sueños se refieren a los secretos y algunas de las más comunes imágenes oníricas que yo he visto son luces eléctricas o de otro tipo que parpadean y/o se apagan. En algunos sueños el sujeto se pone enfermo por haber comido algo, en otros no puede alejarse de un peligro y en otros intenta gritar pero no le sale la voz.
¿Recuerdas el canto hondo y el hambre del alma? A su debido tiempo, por medio de los sueños y de la salvaje fuerza vital de la mujer, afloran a la superficie de la psique y lanzan el grito necesario, el grito liberador. Es entonces cuando la mujer recupera la voz y canta, grita su secreto y es escuchada. Así se restaura el equilibrio psíquico.
En la tradición de las prácticas étnicas y religiosas de mi familia, el significado esencial de este cuento de hadas y de otros parecidos a él es una medicina que debe aplicarse a las heridas que se mantienen secretas. En las plegarias del curanderismo se considera un estímulo, un consejo y una solución. La verdad que se oculta detrás de la sabiduría de los cuentos es la de que, tanto en los hombres como en las mujeres, las heridas causadas por los secretos y otras cosas en el yo, en el alma y en la psique forman parte de la vida de casi todo el mundo. Y las consiguientes cicatrices no se pueden evitar. Pero las lesiones tienen remedio y se pueden curar.
Hay heridas generales, heridas propias de los varones y heridas propias de las mujeres. Un aborto provocado deja una cicatriz. Un aborto espontáneo deja una cicatriz. La pérdida de un hijo de cualquier edad deja una cicatriz. A veces, la cercanía de otra persona deja un tejido cicatricial. Es posible que haya muchas cicatrices como consecuencia de elecciones ingenuas, del hecho de haber sido atrapados o de elecciones acertadas pero difíciles. Hay tantas formas de cicatrices como tipos de lesiones psíquicas.
La represión del material secreto que va acompañado de sentimientos de vergüenza, temor, cólera, remordimiento o humillación oblitera totalmente todas las restantes partes del inconciente que se encuentran situadas en proximidad del secreto (3). Es como si se inyectara, por ejemplo, una sustancia anestésica en el tobillo de una persona para llevar a cabo una intervención quirúrgica. Buena parte de la pierna por encima y por debajo del tobillo sufrirá también los efectos de la anestesia y se volverá insensible. Éste es el efecto de los secretos en la psique. Es como un constante gota a gota de anestesia que insensibiliza no sólo la zona afectada sino también la amplia zona que la rodea.
Los efectos en la psique son siempre los mismos cualquiera que sea el secreto y cualquiera que sea el dolor que éste produzca. Veamos un ejemplo. Una mujer cuyo marido se suicidó cuarenta años atrás a los tres meses de su boda fue instada por su familia no sólo a ocultar las pruebas de la profunda depresión de su marido sino el hondo dolor y la cólera emocional que ella experimentó en aquel momento. Como consecuencia de ello, se desarrolló en su psique una “zona muerta” relacionada con la angustia de su marido, con la suya propia y con su cólera contra el estigma cultural que aquellos hechos llevaban aparejados.
La mujer permitió que la familia de su marido la traicionara accediendo a no revelar jamás los malos tratos que ésta había infligido a su esposo a lo largo de los años. Y cada año, al llegar el aniversario del suicidio, la familia guardaba un silencio absoluto. Nadie la llamaba para preguntarle: “¿Cómo estás?, ¿necesitas compañía?, ¿lo echas de menos? Estoy seguro de que sí. ¿Quieres que salgamos a dar una vuelta por ahí? ” Año tras año la mujer volvía a cavar una vez más la tumba de su marido y sola enterraba en ella su dolor.
Al final, empezó a evitar la celebración de otros acontecimientos: aniversarios y cumpleaños, incluido el suyo. La zona muerta se extendió desde el centro del secreto hacia fuera, cubriendo no sólo las conmemoraciones sino también las celebraciones. La mujer despreciaba todos los acontecimientos familiares y de amistad, tachándolos de pérdida de tiempo.
Para su inconciente, sin embargo, se trataba de unos gestos vacíos, pues nadie se había acercado a ella en sus momentos de desesperación. Su padecimiento crónico causado por la ocultación de aquel doloroso secreto había devorado la zona de la psique que gobierna la capacidad de relación. Muy a menudo herimos a los demás en el mismo lugar donde nosotras hemos sido heridas o muy cerca de él.
Sin embargo, para conservar todos los instintos y las aptitudes que le permiten moverse libremente en el interior de la psique, la mujer puede revelar su secreto o sus secretos a una persona de confianza y volverlos a contar todas las veces que sea necesario. Una herida no suele desinfectarse una sola vez sino que se cura y lava varias veces hasta que cicatriza.
Cuando finalmente se revela un secreto, el alma necesita algo más que una simple respuesta del tipo “¿De veras? Pues qué lástima” o “Bueno, ya se sabe, así es la vida”, tanto por parte del que lo cuenta como del que lo escucha. El que lo cuenta tiene que intentar no menospreciar el asunto. Y tiene suerte si el que lo escucha es una persona que sabe prestar atención con toda su alma y puede hacer una mueca de sufrimiento, estremecerse y sentir que un dardo de dolor le traspasa el corazón sin venirse abajo. Una parte del proceso de curación de un secreto consiste en contarlo de tal forma que los demás se conmuevan. De esta manera, una mujer puede empezar a recuperarse de la vergüenza gracias al apoyo y la solicitud que no tuvo durante el trauma inicial.
En pequeños y confidenciales grupos de mujeres, suelo provocar este intercambio pidiéndoles que se reúnan y traigan fotografías de sus madres, tías, hermanas, compañeras, abuelas y otras mujeres significativas para ellas. Alineamos las fotografías. Algunas están cuarteadas, otras están despellejadas, estropeadas por el agua o por los cercos de las tazas de café; algunas incluso se han rasgado por la mitad y se han vuelto a pegar; otras están envueltas en papel de seda. Muchas tienen unos preciosos y arcaicos comentarios en el reverso como “¡ Qué boba eres! ” o “Con todo mi amor” o “Aquí estoy con Joe en Atlantic City” o “Aquí estoy con mi compañera de habitación” o “Éstas son las chicas de la fábrica”.
Sugiero que cada mujer empiece diciendo: “Éstas son las mujeres de las que he recibido la herencia.” Las mujeres contemplan las fotografías de sus familiares y amigas y, con profunda compasión, empiezan a contar las historias y los secretos que saben de cada una de ellas: la gran alegría, el gran dolor, la gran congoja, el gran triunfo de la vida de cada mujer. Durante todo el tiempo que permanecemos reunidas, hay muchos momentos en que no podemos seguir adelante pues muchas lágrimas levantan muchas barcas del dique seco donde se encuentran y todas zarpamos para navegar un rato juntas (4).
Lo que vale en este caso es hacer una colada a fondo que lave la ropa femenina de una vez por todas. La habitual prohibición de lavar la ropa sucia fuera de casa encierra una ironía, pues la “ropa sucia” nunca se lava en casa. La “ropa sucia” de la familia se queda para siempre en el más oscuro rincón del sótano con su secreto. La insistencia en Mantener algo en secreto es veneno puro. De hecho, semejante pretensión significa que una mujer no cuenta a su alrededor con el apoyo necesario para afrontar las cuestiones que le causan dolor.
Muchas de las historias secretas de las mujeres son de las que no se pueden comentar con la familia y los amigos, pues éstos no se las creen, intentan tomarlas a broma o no darles importancia y tienen comprensibles motivos para hacerlo. Si las discutieran, las examinaran al trasluz y las analizaran, tendrían que compartir el dolor de la mujer. No podrían mostrarse impasibles. No podrían decir: “Sí, ya se sabe… “, y no añadir nada más. No podrían decir: “Tienes que procurar distraerte y no pensar en estas cosas.” Si el compañero de la mujer, la familia o la comunidad tuvieran que compartir el dolor de la mujer de los cabellos de oro, todos tendrían que ocupar su lugar en el cortejo fúnebre. Todos tendrían que llorar alrededor del sepulcro. Nadie podría escabullirse y sería una experiencia muy dura para todos ellos.
Cuando las mujeres piensan más en su vergüenza secreta que otros miembros de su familia o de su comunidad, son sólo ellas las que sufren concientemente (5). La finalidad psicológica de la familia -estar juntos- jamás se produce. Y, sin embargo, la naturaleza salvaje exige que el ambiente de la mujer se libre de los elementos irritantes y las amenazas y que las cuestiones que la oprimen se reduzcan todo lo posible. Por consiguiente, sólo suele ser cuestión de tiempo que una mujer haga acopio del valor que nace de los huesos de su alma, corte una dorada caña y entone el secreto con su poderosa voz.
Veamos lo que hay que hacer con los secretos vergonzosos según un estudio de consejos arquetípicos extrapolados de docenas de cuentos de hadas como “Barba Azul”, “Mr. Fox”, “El novio bandido”, “Mary Culhane” (6) y otros, en los que la heroína se niega a guardar el secreto de una u otra manera y, al final, alcanza la libertad de vivir su existencia en toda su plenitud.
Mira lo que tengas que mirar. Díselo a alguien. Nunca es demasiado tarde. Si crees que no puedes decirlo en voz alta, escríbelo. Elige a una persona que instintivamente consideres digna de confianza. Es mejor que salgan los gusanos de la ]ata que temes abrir en lugar de que éstos se multipliquen dentro de ti. Si lo prefieres, busca a un terapeuta que sepa cómo tratar los secretos. Tendrá que ser una persona compasiva que no pronuncie sentencias sobre lo que está bien y lo que está mal y que comprenda la diferencia entre la culpa y el remordimiento y conozca la naturaleza del dolor y la resurrección espiritual.
Cualquiera que sea el secreto, sabemos que ahora éste forma parte de nuestra tarea durante toda la vida. La redención sana una herida antaño abierta. Pero, aun así, siempre quedará una cicatriz. Con los cambios de tiempo, la cicatriz podrá dolernos. Ésta es la naturaleza del auténtico dolor.
Durante años las distintas psicologías clásicas creyeron erróneamente que el dolor era un proceso por el que se pasaba una vez, a ser posible durante un año, y después terminaba, por lo que, si alguna persona no podía o no quería completarlo en el tiempo prescrito, significaba que le ocurría algo. Sin embargo, ahora sabemos lo que los seres humanos saben instintivamente desde hace siglos: que ciertos dolores y daños y vergüenzas nunca se pueden dejar de llorar; la pérdida de un hijo por muerte o abandono es uno de los más intensos o el más intenso.
En un estudio (7) de unos diarios escritos a lo largo de muchos años, el doctor Paul C. Rosenblatt descubrió que las personas se pueden recuperar del dolor más profundo de su alma en el primero o los dos primeros años después de una tragedia, según sean los sistemas de apoyo y de otro tipo con que cuenten. Pero después la persona sigue experimentando períodos de sufrimiento activo. Aunque los episodios se van espaciando cada vez más en el tiempo y su duración es cada vez más corta, cada uno de ellos es casi tan desgarradoramente intenso como el de la primera ocasión.
Estos datos nos ayudarán a comprender la normalidad del dolor de larga duración. Cuando un secreto no se cuenta a nadie, el dolor persiste durante toda la vida. La ocultación de los secretos constituye un obstáculo para la natural higiene autocurativa de la psique y el espíritu. Ésta es otra razón para que contemos nuestros secretos. Contarlos y sufrir por su causa nos ayuda a resucitar de la zona muerta y nos permite dejar a nuestra espalda el culto mortuorio de los secretos. Podemos sufrir con todas nuestras fuerzas y salir de la experiencia con el rostro surcado por las lágrimas y no por la vergüenza. Podemos salir de ella con un sentimiento más profundo, plenamente reconocidas y rebosantes de nueva vida.
La Mujer Salvaje nos sostendrá durante nuestra pena. Ella es el Yo instintivo. Puede soportar nuestros alaridos, nuestros lamentos, nuestro deseo de morir sin estar muertas. Ella aplicará la mejor medicina en los lugares que más nos duelan. Ella nos hablará al oído en susurros. Sentirá dolor por nuestro dolor. Lo resistirá. No huirá. Aunque habrá cicatrices, y muchas, por cierto, es bueno recordar que, por su resistencia a la tracción y su capacidad de absorber la presión, una cicatriz es más fuerte que la piel.

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