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Combatir el estrés con la resiliencia.





Lograr una estructura mental resiliente no significa estar libre de estrés y conflictos, sino ser más hábil para resolver los problemas a medida que aparecen.  La ventaja de esta actitud es que se va optimizando a sí misma, no es una habilidad que nace con la persona como un don especial. Todas las personas pueden llegar a desarrollar esta capacidad. Como ésta se compone de conductas, pensamientos y acciones que pueden aprenderse, cualquiera que se lo proponga puede incrementarla.
Varios estudios contemplan la promoción de la resiliencia como tratamiento preventivo de  los trastornos emocionales como la depresión y la ansiedad.
Aunque todos seguramente hemos utilizado en ocasiones alguno de estos procedimientos para enfrentarnos al estrés, se han destacado algunas estrategias características de las personas resilientes. Se  recomienda el desarrollo de estas competencias y recursos como factores de protección.
Asegurarse un sistema de apoyo social. Saber pedir ayuda. No hay que avergonzarse ni sentirse humillado por tener que pedir ayuda cuando se necesita. Buscar a alguien de la familia o a algún amigo íntimo. Contactar algún terapeuta o agruparse con personas. Todos necesitamos apoyo de vez en cuando.
Sentirse competente. Confiar en los propios recursos.
Capacidad de planificar y establecer objetivos. Atreverse a tomar decisiones.  Mostrar una actitud activa ante el estrés.
Seguir el propio consejo. Es sabido que es más fácil ayudar a los demás que a nosotros mismos. Hablar con uno mismo como si fuéramos otra persona que nos está ayudando. ¿Qué podríamos sugerirle si tuviera el mismo problema?
Evitar pensar que las crisis son catástrofes. Evaluar correctamente la magnitud del problema y los propios recursos. Acotar bien el escenario y elaborar posibles soluciones. Cerciorarse de que interpretamos bien la definición del problema.
Manejar bien los errores. La mejor manera es percibir los errores como experiencias para aprender y superarse. No esconderlos bajo la alfombra. Tampoco culpar a los demás por sistema. Atribuir correctamente la responsabilidad del error a quién pertenezca en realidad. A veces proviene de circunstancias incontrolables o de una comunicación ineficaz. A veces habrá que decir “lo siento” y aprender la lección.
Aceptar que el cambio es parte de la existencia. Todo cambia segundo a segundo. Es fundamental ser flexible y adaptable a los cambios. Es mucho más costoso y estresante resistirse al cambio. Valorar que el cambio puede traer algo positivo consigo.
Transformar la crisis en oportunidad. Es el  momento de darse cuenta de los recursos de los que se dispone para resolver problemas, para usar la intuición y para superarse.
Decidir ser más resistente al estrés. Si bien no se puede “decidir lo que se siente” sí se pueden controlar las reacciones. Responsabilizarse  de las propias acciones.
Mantenerse flexible y equilibrado.
Discernir cuando hay que experimentar emociones fuertes y dejarlas fluir y cuando hay que controlarlas para poder seguir funcionando.
Dar pasos adelante y seguir activo para cumplir con las demandas de la vida diaria y también saber detenerse para descansar y regenerarse.
Compartir el tiempo con seres queridos y amigos para nutrirse de apoyo afectivo.
Confiar tanto en los demás como en uno mismo.

Actitudes y estructura mental en la resiliencia.

Sentirse confiado y en control de la propia vida.
Saber fortalecer la resistencia al estrés.
Ser empático.
Gestionar bien las emociones e impulsos fuertes.
Desarrollar una comunicación eficaz y otras capacidades interpersonales.
Tener habilidades en solución de problemas y toma de decisión.
Establecer objetivos y expectativas realistas.
Aprender de los éxitos y de los fracasos.
Ser compasivo y colaborador en la sociedad.
Vivir una vida responsable basada en una ética.
Sentirse especial, pero no centrado en sí mismo, y ayudar a los otros a sentirse igual.
Ser más optimista que pesimista.
Ser flexible y adaptable al cambio y a los obstáculos.

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